¿Sabes quién es Jeremías Gamboa? Bueno, te diré que es un
joven escritor peruano que ha alcanzado el éxito de forma contundente, pero
este éxito no sólo abarca al mercado editorial peruano sino que su resonancia
ha tenido niveles continentales y hasta España, nuestra madre patria, ha
quedado rendida ante este peruano que no desistió hasta alcanzar la cima de sus
sueños. Esta es la historia de un joven que vino de abajo (hijo de padres
provincianos, en esta capital que aplasta a cualquiera) y ahora hasta nuestro
Premio Nobel Mario Vargas Llosa no duda en admirar su literatura.
Para el público en general Jeremías Gamboa puede resultar
alguien no joven (nació en 1975), pero en el particular mundo de las letras eso
sí resulta ser joven. Casi la mayoría de escritores recién empiezan a despuntar
a esa edad. Sin embargo, la historia de este peruano de éxito comienza desde
antes, cuando sus padres, unos emigrantes ayacuchanos, decidieron abandonar el
campo para instalarse en Lima. Aquí, en esta ciudad atroz, para poder brindarle
una buena educación, su madre ejerció de empleada del hogar y su padre de
mesero. Jeremías Gamboa no defraudó a sus progenitores (¡no podía
permitírselo!) y concluyó con éxito sus estudios secundarios. Luego decidió
postular a la escuela de Historia en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos. En el examen de admisión ingresó en el primer puesto (cosa que no logra
cualquiera), pero luego por la coyuntura social y política que vivía el Perú en
las décadas de los ochenta desistió de continuar con esta carrera.
Pese a no contar con dinero sus padres toman una decisión
que le cambiaría la vida a su hijo: lo animan a postular a la Universidad de
Lima; esta, como bien sabemos, es una de las caras del país. Jeremías Gamboa
comenzaba así a ver mundo, a ver cómo funcionaban las cosas en esa clase
selecta. Allí debido a su gran potencial y su buen desempeño académico obtuvo
una beca, pero no todo fue fácil, ya que al mismo tiempo debía trabajar para
mantenerse. Así que a la par de sus estudios trabajó de vendedor ambulante
(ofreciendo máquinas de afeitar) y de empleado de seguridad en una conocida
cadenas de supermercados. Sí, el próximo ahijado de Vargas Llosa tuvo que
sortear todas estas dificultades. De esta forma el joven Jeremías conocía las
dos caras de la capital: la de la vida universitaria en una universidad
“pituca” y la de un simple proletario.
El padre de Jeremías Gamboa volvió a influir de manera
trascendental en la vida de su hijo. Recordemos que su padre era mozo, y uno de
sus clientes habituales era el entonces editor de la Revista Caretas (Fernando
Ampuero). Este padre pidió si había un lugar como practicante para su hijo, y
es así que éste ingresa al mundo del periodismo. En ese entonces Gamboa sólo
contaba con 19 años, y los éxitos no se hicieron esperar. El chico de barrio ya
no sólo sería tal, empezaba otra etapa en su vida.
De un día para otro se convirtió en una pequeña estrella del
periodismo escrito local, su nombre comenzaba a sonar. Cierto prestigio lo
alcanza, y atrás quedaba ese sueldo insuficiente de guachimán. Pero todo este
“éxito” no eran tales para él. Tenía lo exterior, pero no sus sueños. Podía
contar con un nombre en el periodismo, tener un sueldazo, y con ello una vida
bohemia. Se trasnochaba bebiendo con sus amigos. Pero un día se despertó con
esas resacas insufribles y lo comprendió todo: estaba siendo quien no quería
ser. Él quería ser un escritor. Tuvo un colapso en las oficinas de redacción de
El Comercio. La depresión estaba latente, y tuvo que recurrir hasta a un
psiquiatra para ahuyentar este malestar. La conclusión del psiquiatra no le
dejó ninguna duda, le dijo: “Estás en crisis”. Y Gamboa supo que el otro tenía
razón.
Lo que hasta ahora había conseguido no eran sus sueños sino
las frivolidades que exige en mundo exterior.
Se medicó con ansiolíticos y también tomó una decisión
crucial: abandonó el periódico donde trabajaba, abandonó su trabajo para su
bienestar mental. Es así que a los 26 años pensó que debía dedicarse a lo que
verdaderamente lo apasionaba: la literatura. Estuvo cuatro años dedicándose a
esta labor, pero lo que encontró fue más sufrimiento que placer. No encontraba
esa obra de arte que tanto ansiaba y cuando llegó a los treinta se dijo a sí
mismo: “No sirvo para ser escritor”. El joven que conoció el éxito ahora lamía
el fracaso. El cielo y el infierno fueron conocidos por una sola persona.
A los 30 es cuando estuvo a punto de abandonar la maratón en
busca de sus ilusiones. Decide partir tomar un curso de posgrado en la
universidad de Boulder, Colorado, Estados Unidos. Y aquí cuando ya todo parecía
perdido, como la arena que se pierde en nuestras manos, la magia ocurrió. Se le
vinieron a la cabeza las historias que conformarían su primer libro de cuentos
Punto de fuga (2007). La crítica limeña (sólo limeña, aún la
internacionalización no ocurría) no escatimó elogios ante este debut.
Y entonces es cuando se aventura a la redacción de su novela
“Contarlo todo”, este libro es quien le abriría las puertas de la consagración.
El manuscrito de la novela llegó a manos de Vargas Llosa, y él no dudó en
rendirse ante este nuevo prodigio. Lo demás sucedió como una avalancha que
parece un sueño. La casa editorial de Mondadori decide publicar la novela (esto
es como si un futbolista tuviera como auspiciadores particulares a Nike o
Adidas). La fama continental no se hizo esperar. Un nuevo peruano estaba ante
los ojos del mundo: “Contarlo todo” fue promocionada en Frankfurt, Alemania (la
novela de Jeremías Gamboa será traducida a diferentes lenguas) y se realizó una
presentación en La Feria del Libro de Guadalajara (una de las más importantes
del mundo), aquí nuestro compatriota fue el engreído del festival, una de las
figuras más buscadas por la prensa.
En el Perú este logro puede verse como algo heroico, porque
en un país que no lee Jeremías Gamboa ha logrado posicionar su novela como una
de las más vendidas, ahora casi todos lo reconocen. Pero lo reconocen ya no
como un periodista sino como un escritor, como un contador de novelas, es
decir, lo conocen como él quería ser reconocido. Él ya no es un simple
asalariado, es alguien que ha visto cristalizar sus sueños, alguien a quien
propio Vargas Llosa aplaude. Díganme, ¿acaso cumplir nuestro sueño no es lo
único que nos justifica? Fuente: PYMEX
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